Era de esperar que los grupos anti caza, aprovechando el estado de alarma decretado por el gobierno por el Covid-19, utilizaran tan desgraciada circunstancia para atacar a la caza e intentar desprestigiarla ante la sociedad. Su desconocimiento y fanatismo es tal, que no llegan a ver más allá de la puntera de su zapato. No conocen la actividad, no saben cómo se ejecuta, ni qué es un control de daños. Y si lo saben, demuestran mala fe y una imprudencia temeraria.
Atacan al Gobierno que ellos mismos conforman criticando las instrucciones de un ministerio, el de Agricultura, Pesca y Alimentación, que lo único que hace es cumplir con las obligaciones que le son de su competencia. Es decir: la protección de la agricultura y la ganadería para garantizar, no solo los suministros, sino su dinamismo y sostenimiento económico –que falta nos hace–. Y lo hacen recurriendo medidas autonómicas que pretenden minimizar los daños y garantizar el abastecimiento –es de agradecer la sensibilidad y conocimientos de las autonomías en este caso– utilizando rocambolescos argumentos y manidas artimañas. Todo ello, dicho sea de paso, para sacar tajadas.
Con razón alguien dijo: «Con algunos gobernando no se puede dormir tranquilo». Les guste o no, la caza tiene una función esencial de control poblacional que protege la agricultura, la ganadería, la sanidad –humana y animal–, la seguridad de las personas y las infraestructuras. Y esto no lo puede suplir en absoluto ninguna otra actuación por muchos estudios subvencionados que se les encomiende. A no ser que estén pensando en llenar de hormigón lo vivares de los conejos o envenenarlos como a los topillos.
Dicho esto, vayamos al grano… La caza está suspendida, como todos los años, porque estamos en época de veda. ¡A ver si os enteráis! Lo que se ha autorizado es: «El control de daños a la agricultura y por riesgos sanitarios a la ganadería» allá donde se producen y donde están declarados y autorizados con antelación.
Bajo unas normas y controles que se ven acentuados, como no puede ser de otra manera, por la actual situación del estado de alarma; respetando las medidas de distanciamiento y desplazamiento en vehículos. Es más, los titulares cinegéticos o representantes legales, de motu propio, han reducido al máximo el número de personas autorizadas para realizar dichos controles y extremado las medidas de seguridad. Y esto es comprobable a través de las comunicaciones enviadas a las Delegaciones Provinciales competentes en la materia.
Esta desgraciada situación sanitaria, que debería unirnos más en la solidaridad y el entendimiento, en vez de separarnos, pasará más pronto que tarde. Y quedaremos todos retratados en dos grupos: los que han ayudado dando soluciones a los problemas y los que, a través de su vileza, han pretendido sacar réditos de cualquier índole.
La caza volverá a la normalidad cuando se levanten las vedas, como todos los años, para garantizar todo aquello que he mencionado. Y esta desgracia –ojalá no hubiese sido por ella– le sumará además una función que, aunque siempre ha tenido, ahora adquiere un mayor valor: la caza nos devolverá a un contacto con la naturaleza que no hemos sabido valorar hasta que puntualmente lo hemos perdido, nos devolverá a la libertad que añoramos y la soledad que, como decía Delibes, enriquece el alma.
Y volveremos, tal y como lo estamos haciendo en estos difíciles momentos, a demostrar la dignidad de la caza frente a la vileza de quienes ni la conocen ni la respetan.
El artículo Una guerra de tontos aparece primero en Revista Jara y Sedal.