Qué se siente al matar a un animal?
La caza, además de su cara deportiva, cultiva una faceta totalmente emocional. La caza no es un espectáculo, es una vivencia; por eso, es tan difícil de definir.
Si habláramos de un evento deportivo al uso, valdría describir grabar en vídeo el número de capturas como se hace con la altura del salto, el número de goles, el final del sprint.
Pero, ¿cómo describe usted la emoción ante la postura del perro, cuando intuye que se le va a arrancar en instantes la perdiz y cuando la palpa tras el cobro correcto? Y la caza, como hemos apuntado, es una sucesión incontrolada de sensaciones. La caza forma parte del alma. A los cazadores nos hacen preguntas sobre esos sentimientos, que a mí me resultan muy difíciles de contestar.
La que intitula este escrito forma parte de una batería que suelen hacernos en algunos medios cuando asistimos a un debate con la mejor voluntad, a un coloquio, donde creemos que aclaramos algo y caemos en un show, en el que nos hacen coincidir con algún fundamentalista que cree que esta pregunta es demoledora. Después te preguntará algunas más, todas con el mismo sesgo. El objetivo es tocar la fibra sensible de los oyentes para despertar la ternura por las bestias y la indignación para con los cazadores. Si no has pensado la posible respuesta, puedes contestar algo que él espera para intentar rematarte con lo de: «Ustedes matan animales porque son insensibles ante el dolor de otros». Pero vayamos a lo que nos ocupa. ¿Que siente cuando mata a un animal? A mí se me ocurren razonamientos colaterales para preguntarle a él lo mismo, ya que todos los humanos —repito lo de todos, incluidos los que nos hacen esa pregunta— matamos muchos animales.
Unos nos son indiferentes, como los miles de insectos que matamos con nuestro coche, con el vehículo en que usted se desplaza, pisados en el camino, porque nadie —excepto la secta jainita que lleva una escobilla para retirar y no pisar a los bichitos—se percata de los gusanos, hormigas escarabajos que hay en la acera. Otros animales, por molestos, nocivos peligrosos para esta sociedad, de la que forman parte los que preguntan, son exterminados globalmente a base de sofisticadas gamas de insecticidas, envenenando —palabra maldita en el mundo de la caza— masivamente a toda una población de roedores. Un tercer grupo de animales, que mueren por culpa de todos, lo constituyen la ganadería y la pesca que matan millones de animales para consumo humano (dos millones de pollos se consumen diariamente en España). Por estos tres grupos de infinitos animales, nadie se rasga vestiduras, ni se corta las venas, ni siquiera dice: pío. Y todos los animales son iguales, si no aplicamos el postulado de Orwell, en Rebelión en la granja: «Todos los animales son iguales, pero unos son más iguales que otros».
Al deportista no le interesa la muerte de la pieza; no es eso lo que se propone. Lo que le interesa es todo lo que antes ha tenido que hacer para lograrla; esto es, cazar. Y el cuarto grupo, que es el menor, lo conforman los animales cazados, que abatimos con muestras de satisfacción durante el ejercicio de la caza. La pregunta nos la hacen precisamente para este grupo. Y tampoco la contesto pues ya lo hizo magistralmente Ortega y Gasset y, si me lo permiten, repetiré literalmente algunos párrafos de sus amplios razonamientos. Dijo Ortega: «La caza, como toda actividad humana, va encuadrada en su ética, que discierne virtudes de vicios.
Hay el cazador bellaco, pero hay también una beatería del cazador. Va todo esto a cuento de esa escena postrera que da fin a la cacería, en la cual la piel generosa de la bestia aparece mancillada por la sangre, y aquel cuerpo, que era pura agilidad, queda trasmutado en la absoluta parálisis que es la muerte ¿Es lícito hacer eso? La idea de que aquella tan grácil vida va a quedar anulada sobrecoge al cazador un instante. Pertenece al buen cazador un fondo inquieto de conciencia ante la muerte que va a dar al encantador animal. No tiene una última y consolidada seguridad de qué su conducta sea correcta. Pero, entiéndase bien, tampoco está seguro de lo contrario».
Para mí el genial filósofo llega a la conclusión posible cuando dice: «Al deportista no le interesa la muerte de la pieza; no es eso lo que se propone. Lo que le interesa es todo lo que antes ha tenido que hacer para lograrla; esto es, cazar. Con lo cual se convierte en efectiva finalidad lo que antes era sólo medio. La muerte es esencial porque sin ella no hay auténtica cacería: la occisión del bicho es el término natural de ésta y su finalidad: la de la caza en su mismidad, no la del cazador. Éste la procura porqué es el signo que da realidad a todo el proceso venatorio, nada más. En suma, que no caza para matar, sino al revés, se mata por haber cazado.
Si al deportista le regalan la muerte del animal, renuncia a ella. Lo que busca es ganársela, vencer con su propio esfuerzo y destreza al bruto arisco con todos los aditamentos que esto lleva a la zaga: la inmersión en la campiña, la salubridad del ejercicio, la distracción de los trabajos, etc. Con esto no se resuelve el problema moral de la cacería, pero es forzoso tenerlo en cuenta. No se ha llegado ni mucho menos, a la perfección ética de la venación. A la perfección no se llega nunca en nada, y acaso ella existe precisamente para que no se le llegue nunca, como pasa con los puntos cardinales. Su oficio es orientar nuestra conducta y dejarnos medir los progresos hechos. En este sentido es innegable el avance logrado en la eticidad de la caza».
Puesto que pensarán que al final yo eludo la respuesta, les diré que a mí me desazona y me produce una sensación desagradable coger un conejo que se convulsiona y zapatea, una perdiz aleteando en los estertores de la muerte. Sin embargo, cuando caen fulminados, ya no se mueven, su tacto me da una sensación agradable de final de un buen lance, me resulta un bello bodegón para regalar a un amigo, si es para mi consumo, el presagio de un excelente guiso. Sin ningún remordimiento.
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Tomas
dice:
Hola, aclaro que no soy un cazador deportista, pero que sí he salido de caza en algunas oportunidades.
Considero que cazar para comer es un acto natural. Algunas personas argumentan que nosotros, los humanos, al usar armas estamos sacandole ventaja a los animales, pero no le saca ventaja el león a su presa? Los animales también cazan; a su manera. Nosotros, a la nuestra. Por eso digo que la caza es es un acto natural.
Igualmente, tengo en cuenta varias cosas:
– Comer lo que cazo.
– Intentar apuntar principalmente a plagas.
– Que el animal sufra lo menos posible.
– Respetar al animal y a toda la naturaleza en general lo máximo posible.